Estamos ante una obra, espontánea, algunas veces, pero solo en apariencia. El fruto de este esfuerzo creativo persigue un íntimo objetivo: plasmar en la belleza de los versos los recuerdos más profundos de los paisajes del alma. Siguiendo la estela de su padre, hombre culto, progresista, comprometido con las causas más nobles que el ser humano puede imaginar, autor de una extensa y original obra literaria, Helios Estévez se inició en la creación poética. Esta obra es el mejor documento de su trayectoria. En sus versos está todo lo que la vida tiene de misterioso e imborrable. Somos hijos de nuestros padres, pero somos hijos también del paisaje en el que se nos dio el primer hálito vital. Del afecto por nuestros progenitores surge la belleza de los textos describiendo los lugares de nuestros recuerdos. He ahí el milagro de la creación de Helios Estévez: la síntesis armoniosa del afecto por los seres queridos y el espacio del que ese afecto se nutrió. Cantos a mi madre y otros poemas es el documento más fehaciente.

Helios Estévez

Poeta de afectos y nostalgias, Helios Estévez ha heredado las aficiones literarias de su padre. Preocupado por los acontecimientos sociales y económicos, no olvida la creación literaria y, de forma especial, el cultivo de la poesía. Buena prueba de ello es la aparición de su Cantos a mi madre y otros poemas.
El prólogo de la obra anticipa con precisión el sustrato temático de los versos: «Los aromas del campo, las canciones en la era, el olor de la vendimia, las estrellas iluminando el regreso de clase, la celosa luna, las luciérnagas bailando en las noches de verano, el miedo, el amor, la esperanza rota. Todo está dentro de ti y todo tú estás en tus poesías».
Es evidente que estamos ante una poesía de los recuerdos, de la vida, del tiempo que se fue y que pervive en la memoria. En ella la infancia se convierte en el tamiz que idealiza todo lo vivido y el Bierzo en el paraíso que nunca volverá. Pero la infancia es también motivo de dolor:

«Cada día que pasa
qué lejos veo aquel niño
que un día salió de España».

De este sustrato de nostalgia surge la necesidad de compartir el dolor:

«Arrímate a llorar conmigo,
compañero,
que vengo herido
cuarenta años en el destierro. Qué será de mis amigos».

De entre las referencias del pasado, surge el deseo de volver (aunque sea solo con el corazón o con los versos) a aquel pueblo, como se observa en el poema Déjenme:

«Déjenme volver a mi pueblo
donde se quedó la rosa
de aquel amor primero,
que fue quedando sin hojas
camino del destierro».

La creación tiene tanta intensidad que parece recuperar la realidad:

«Que ya he llegado a mi casa,
que el olor del campo siento,
que ya veo el pelo blanco
de mi madre allá en el huerto».

Junto a esta nostalgia de la infancia y sus paisajes está presente el amor: dolorido, el temor a la pérdida, sobre todo en el cuerpo literario iv. No falta el sueño de la infancia eterna, presente en el poema «Niña».
La condición del poeta, de Helios Estévez a fin de cuentas, es la de «Hombre libre», aspiración que le lleva a manifestarse con valentía: «pero tú corre, vuela / que de acero es tu alma / y de paciencia serena». Los padres ocupan un lugar especial. El del padre (presente en vii, «A mi padre») es un afecto lejano en el tiempo, heroico:

«Yo sé que me diste un beso
antes de partir,
por los montes del hambre
entre fusil y fusil».

Lo imponía la guerra, de ahí el sueño imposible:

«¡Quién pudiera detener el tiempo
como si nada pasara!
Y sembrar juntos el huerto
sin las espinas del alma».

En el capítulo vii del libro Cantos a mi madre indica ya en sus versales del título la importancia de los versos. Es la madre que ha quedado sola en España, simbolizando de forma dramática lo más hondo del dolor sentido por ambos, el poeta y la madre, en la lejanía. Es imposible recordar todo; de ahí esos versos mostrando la impotencia:

«Se quedaron tantas cosas
en el alma sin decirnos,
había tantas rosas
en el huerto junto a los lirios».

Por ello también abundan los poemas alusivos a aquellos momentos: «Recuerdos», «Te imagino», «Se quedaron tantas cosas en el alma», «Veintisiete años», «Pobre madre mía»…
Como epílogo lírico llega el paso del tiempo, en «Imágenes», y el sentimiento religioso como consuelo («Dónde está, Dios, la verdad»). Solo queda una esperanza en el poema «La vida se me escapa, Dios» que es una bella plegaria, casi con ecos de Jorge Manrique:

«La vida se me escapa, Dios
y no me quiero ir,
déjame beber el agua
mañana del río Sil».

Estévez, Helios (2024). Cantos a mi madre y otros poemas. Zapopan: Página Seis.

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